lunes, 22 de enero de 2018

BIENVENIDOS ESTUDIANTES AL CAMINO DEL SABER 2018

Este año están invitados a ser los mejores estudiantes de chaparral, amen la lectura, sean responsables, entusiasmense por hacer las cosas bien y les irá bien, " No se conformen con el chiquitaje" invitación que hace nuestro Pastor de la Iglesia católica." No se dejen robar la alegría".

domingo, 23 de febrero de 2014

HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR.

HISTORIA DE UNA GAVIOTA Y DEL GATO QUE LE ENSEÑÓ A VOLAR ( LUIS SEPULVEDA) Capítulo 1, Mar Del Norte: Kengah, es una gaviota con plumas de color de plata. A ella le encanta ver las banderas de los barcos porque representaban una forma de hablar. Su grupo pescaba arenques, todas las gaviotas hundían la cabeza y salían con un arenque. La bandada era dirigida por la gaviota piloto. Eran 120 gaviotas. Venían del faro de la arena roja. La bandada se dirigía a Vizcaya a reunirse con otras bandadas. Kenghan hundió su cabeza para buscar su 4° arenque, pero de repente sonó la alarma, gritaron, ¡Peligro al estribor!, ¡Despegue de emergencia! Kengah hundió la cabeza por eso no escucho la alarma. Después de eso Kengah sacó la cabeza y se veía sola en la inmensidad del océano. Capítulo 2, Un Gato Grande, Negro y Gordo: Zorbas es el gato grande, negro y gordo. Su familia real le dijo que no saliera del canasto porque vendrían los humanos a adoptarle. Su amo se iba de vacaciones. Al amo le encantaba nadar. Zorbas opinaba que su amo era el mejor. La historia se desarrolla en el puerto de Hamburgo. El amo quería ir a Liberia. Zorbas quería cabezas de pescados para sus hermanos para que no mamaran mas a su madre ya que estaba muy flaca. Zorbas era el único gato que era negro con un mechón blanco en la barbilla. El pelícano creía que el gato era una rana venenosa. El amo le salvo la vida a Zorbas el ahorcó al pelícano y lo soltó. Ellos se conocían hace 5 años. En eso se encontró con un pájaro que tenia un gran buche Zorbas iba en el aire el pájaro lo esperaba con el buche abierto, lo trago pero después se libero. Después de eso llega su familia adoptiva. Capítulo 3, Hamburgo A La Vista: Kengah tenía los músculos acalambrados por el esfuerzo. Kengah tenía las alas inmovilizadas, pegadas al cuerpo. Las gaviotas eran presas fáciles para peces grandes. O morían lentamente, asfixiadas por el petróleo. Kengah maldijo a los humanos, pero no a todos. Kengah paso largas horas posada sobre el agua, preguntándose si se iba a morir con la peor muerte, morirse por hambre. Desesperada se agito entera, comprobó que el petróleo no le había pegado las alas. Kengah comprobó que no duraría tanto tiempo volando. Después Kengah llego ha San Miguel, Hamburgo. Capítulo 4, El Fin De Un Vuelo: La gaviota cayo en el balcón, donde vivía Zorbas. El gato miro a la gaviota y la vio muy sucia y apestaba. Zorbas le daba ideas como para ayudarla a que fuera al zoo. Pero Kengah decía que no podía ya que era el vuelo final. Zorbas cuando le paso la lengua por el cuello notó que la respiración de el ave estaba cada vez más débil. Entonces Zorbas va en busca de ayuda para consultar que se hace con una gaviota enferma. Kengah le dice que colocara un huevo, con sus ultimas fuerzas. Kengah le dijo a Zorbas si cumplía tres promesas que le iba a ser, el dijo que si. 1 promesa: No te comerás el huevo. 2 promesa: cuidaras al pollito hasta que nazca. 3 promesa: le enseñarás a volar. Zorbas le prometía esas promesas. Zorbas iba a buscar ayuda. En eso Kengah da su ultimo esfuerzo agradece, y sale el huevo. Capítulo 5, En Busca De Consejo: Cuando Zorbas iba llegando al restaurante dos gatos lo vieron pasar, esos gatos molestaban a Zorbas. Zorbas no tenía tiempo sacó una de sus garras se las mostró a esos gatos y lo dejaron en paz. Zorbas maúllo y espero sentado, en pocos minutos se acercó Secretario, un gato romano muy flaco y con dos bigotes, uno en cada lado. Zorbas le dijo a Secretario que debía maullar con Colonello, era urgente. Colonello era un gato de edad indefinible. Zorbas necesitabas los consejos de Colonello. Ya que era viejo y talentoso. Zorbas le hablo de la llegada de la gaviota y su estado. Colonello dijo que lo mejor forma para enseñarle a volar a la gaviota era donde Sabelotodo. Capítulo 6, Un Lugar Curioso: Harry era el dueño de el Bazar, el era un viejo lobo marino. Harry tenia un montón de objetos los obtenía porque se dedico a la colección de objetos durante 50 años. Encontró diversos tipos de objetos. Harry tenia 2 mascotas Matías un Chimpancés y un Gato Sabelotodo el se dedicaba a el estudio de libros. Matías, un chimpancé que hacía de boletero y vigilante de seguridad, lo malo es que este bebía cerveza y siempre intentaba de dar cambio de menos. Matías les decía que tenían que pagar la entrada o si no se largaban, pero Zorbas saltó al otro lado de la boletería. Zorbas saco sacó una garra de su pata delantera derecha. Por esta vez Matías lo dejo pasar. Capítulo 7, Un Gato Que Lo Sabe Todo: Zorbas y sus amigos estaban allí porque Sabelotodo los podría ayudar ya que era un gato muy sabio. Enseguida Zorbas le narró la triste historia de la gaviota. Sabelotodo se le ocurrió una idea busca en la enciclopedia. Busco en las letras G y P. Pero desafortunadamente lo que salía sobre las gaviotas no le sirvió mucho. Y sobre el petróleo tampoco lograron encontrar algo importante. Ahora sabelotodo busco en la letra Q de quita manchas. Ahí decía que se limpia la superficie afectada con un paño humedecido en bencina. Capítulo 8, Zorbas Empieza A Cumplir Lo Prometido: Los gatos llegaron al balcón donde estaba Zorbas, vieron el cuerpo sin vida de la gaviota al moverla de el lugar descubrieron el huevo blanco con pintitas azules. Por mientras Sabelotodo le aconsejo a Zorbas calor, calor corporal. Echarse junto al huevo, pero sin romperlo. Sus amigos fueron a donde el bazar de Sabelotodo para buscar información sobre el huevo. Capítulo 9, Una Noche Triste: Tiraron a la gaviota muerta desde el balcón. Rápidamente la cubrieron de tierra. Zorbas y sus amigos sabían poco de ella, Zorbas le prometio a la gaviota las promesas, pero una de las mas difíciles promesas enseñarle a volar. Ordenaron que Zorbas no abandonase el huevo hasta que nazca el pollito. Por mientras que los amigos irían a consultar en la enciclopedia de Sabelotodo acerca de el arte de volar. Los gatos empezaron a maullar, después se agregaron de otros maullidos hasta que todos los gatos y animales gritaran. Segunda Parte Capítulo 1, Gato Empollando: Pasaron días Zorbas paso harta parte de esos días echado junto al huevo, estaba a punto de nacer. Los amigos de Zorbas iban a visitar al huevo para ver si había progresado. El huevo duraba más o menos de 17 a 30 días al nacer. Cada mañana Zorbas ocultaba el huevo, porque pasaba la aspiradora. Después escucho al balcón hay Zorbas rodaba el huevo hasta esconderlo debajo de la cama, ahí espero al humano hasta que terminara. Mientras Zorbas dormía en el día numero veinte no percibió el huevo que se movía lentamente. Zorbas despertó y vio que había una grieta en el huevo. Zorbas tomaba el huevo con las patas delanteras y vio como el pollito picoteaba hasta abrir un agujero. Capítulo 2, No Es Fácil Ser Mami: Zorbas era la mamá de el pollito. El pollito graznó, tengo hambre!, Zorbas no sabía que darle de comer. Zorbas de la cocina sacó rodando una manzana, el pájaro la probó pero el pico se le dobló. El pollito tenía hambre, Zorbas le dio un pedazo de papa, pero también se le doblo el pico. Después de eso Zorbas recordó que los pollitos comen insectos. Salió al balcón y cogió una mosca y el pollito la tragó y le gustó, quería más. Zorbas cogió cinco moscas más y una araña. El pollito devoró las cinco moscas, pero se negó a probar la araña. Cuando llegaron los amigos de Zorbas, vieron al pollito durmiendo al lado de Zorbas. Capítulo 3, El Peligro Acecha Cuando Zorbas escucho la puerta, volcó la maceta y se sentó en ella. Llegaron los 2 gatos estaban frente al pollito, decían que se ve sabroso, estaban molestando al pollito. Llego Zorbas en el aire saco las 10 uñas, le aplasto la cabeza a los gatos. Trataron de levantarse los gatos pero sintieron que en su oreja tenían un arañazo. Zorbas debía buscar un refugio, después salieron a pasear. Capítulo 4, El Peligro No Descansa: En el bazar de Harry, los gatos decidieron que el pollito no podía seguir en el piso de Zorbas, corría muchos riesgos. Como por ejemplo, los dos gatos pero ese no era el peor si no el de el amigo de la familia. Los gatos decidieron que Zorbas y el pollito vivirían en el bazar de Harry hasta que el pollito aprendiera a volar. Los gatos acordaron colocarle un nombre al pollito, pero no sabían si era macho o hembra. Sabelotodo busco en la enciclopedia la letra S buscando la palabra Sexo, pero el libro no decía como reconocer el pollito de gaviota. Después a los gatos se le ocurrió que donde Barlovento podrían encontrar la solución. El pollito grito ¡Auxilio! Zorbas fue el primero en llegar, llego a tiempo ya que la rata estaba a punto de tocarla con las manos en el cuello del pollito. La rata al ver a Zorbas huyó por la grieta abierta en el muro. Zorbas visito al jefe de las ratas y le dijo que aceptara no comerse al pollito, que lo dejaran en paz.. Capítulo 5, ¿Pollito O Pollita? Barlovento era mascota de Hannes II, los tripulantes apreciaban a Barlovento, un gato de color miel con los ojos azules. Rápidamente le contaron la historia de la gaviota y las promesas de Zorbas. Los gatos le dijeron que solamente tu Barlovento podrás decir si el pollito es macho o hembra. Al final Barlovento dijo que era una linda pollita. Colonello propuso que le pusieran Afortunada. Ya que la gaviota ha tenido la fortuna de quedar en protección de los gatos. Todos estuvieron de acuerdo con el nombre. Capítulo 6, Afortunada, De Verdad Afortunada: Sabelotodo buscaba y buscaba el método para que Zorbas le enseñara a volar. Sabelotodo encontró que volar consistía en empujar el aire hacia atrás y hacia abajo. Afortunada pregunto: ¿Porque debo volar? Sabelotodo respondía las gaviotas vuelan, es ¡terrible! Que no sepas que las gaviotas no vuelan. Afortunada no quería aprender a volar y tampoco quería ser gaviota. Ella quería ser gato. Afortunada se acerco en la entrada del bazar y se encontró con Matías. Matías en una de sus tonterías le dijo que Zorbas y sus amigos están esperando hasta que engordes para que te den un buen festín. Zorbas encontró a Afortunada y Zorbas le dijo si tenía hambre. Pero la gaviota no hablo. Capítulo 7, Aprendiendo A Volar: Afortunada estaba allí a punto de intentar su primer vuelo. Afortunada pregunto ¿La gaviotas vuelan en días de tormentas? Lista de despegue dijo Afortunada. Entonces empezaron a ver los pasos. Afortunada batió las alas, se elevo pero de inmediato cayó. Los gatos bajaron de la estantería y corrieron hacia ella. Estaba con los ojos llenos de lagrimas. Le dijeron que el primer vuelo nunca funcionaba. Capítulo 8, Los Gatos Deciden Romper El Tabú: Diecisiete veces intento Afortunada el vuelo, y diecisiete veces terminó en el suelo luego de haber conseguido elevarse más. Zorbas pidió autorización para romper el tabú por primera y ultima vez. (Maullar el idioma de los humanos es tabú). Los gatos se preguntaban que como si un humano viera que un gato habla, lo encerrarían en una jaula para someterlo en estúpidas pruebas. Para los gatos maullar en el idioma de los humanos es un peligro muy grande. Largas duro la reunión. Al final los gatos del puerto lo autorizaron a romper el tabú. Capítulo 9, La Elección Del Humano: Para los gatos no fue fácil saber con que humano maullaría. Pensaron en René un chef muy bondadoso y justo, siempre les reservaba un poco de su porción pero René sólo entiende de especias y peroles. Por lo tanto no les servía. Harry pensaron el era buena persona. Amable con todo el mundo incluso con Matías al que disculpaba de cosas ¡terribles!. Carlo, el jefe de mozos del restaurante, pero lamentablemente él entiende de fútbol, baloncesto, voleibol, carreras de caballos, boxeo y muchos deportes más. Pero ellos nunca han oído hablar de vuelo. Y listaron a muchas personas más. Zorbas propuso otra idea es en la casa de Bubulina. Ella era una bonita gata blanquinegra que pasaba muchas horas en las macetas de flores en la terraza. El humano se reía después de leer lo que acababa de escribir. Zorba eligió al humano de Bubulina porque se inspiraba con lo que ha oído leer el humano escribía hermosas palabras que alegran o entristecen. Capítulo 10, Una Gata, Un Gato Y Un Poeta: Zorbas llego a la casa de Bubulina, ella se alarmo, Zorba le dijo, que debía maullar con el humano de Bubulina ( eso es tabú) . Zorbas esperaba al humano sentado en el sillón, el humano cantó , pero Zorbas le dijo que cantaba muy mal, el humano abrió la boca porque Zorbas habló en el idioma de lo humanos, el humano se volvió muy loco en un principio y no lo podía creer. Zorbas hablaba en distintos idiomas, el humano se asombro mucho mas. Zorbas le pidió ayuda al humano esta misma noche, ellos se iban a juntar en la puerta del bazar después de eso el gato grande, negro y gordo corrió a informar a sus compañeros. Capítulo 11, El Vuelo: Ellos estaban frente a un edificio alto. Desde el campanario de San Miguel se veía toda la ciudad. Debajo de el campanario habían autos pasando. Afortunada tenia miedo al volar, afortunada estaba en la baranda. Afortunada le dijo a Zorbas Nuca te olvidare, ni a los otros gatos. Afortunada desapareció de la vista el humano y el gato temieron lo peor, había ciado como una piedra. La vieron batiendo las alas, sobrevolando el parque de estacionamiento. Afortunada volaba solitaria en la noche hamburgueña. Se alejaba batiendo energica las alas hasta elevarse sobre las grúas del puerto. Afortunada dijo Vuelo Zorbas Vuelo puedo Volar. Zorbas permaneció allí contemplándola hasta que no supo si fueron las gotas de lluvia o las lagrimas las que empeñaron sus ojos amarillos de gato grande, negro y gordo, de gato bueno, de gato noble, de gato de puerto.

miércoles, 22 de enero de 2014

JORGE LUIS BORGES - BIOGRAFIA

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986) Escritor argentino. Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo como compañera de juegos a su hermana Norah. En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida. Apenas con seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde. En el mismo año en que estalló la Primera Guerra Mundial, la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino por un ex profesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló el conflicto. Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem. Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y luego en Mallorca, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba la revolución soviética y que tituló Salmos rojos. En Madrid trabará amistad con un notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos-Assens, a quien extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a Valle Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar a la patria convertido, irreversiblemente, en un escritor. De regreso en Buenos Aires, fundó en 1921 con otros jóvenes la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se negaría a reeditar. Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria y Silvina Ocampo, quienes a su vez le presentaron a Adolfo Bioy Casares, pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus amigos. En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de visión, que a punto está de costarle la vida. Al agudizarse su ceguera, deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una Antología poética argentina. En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el volumen El jardín de los senderos que se bifurcan, los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones, aparecido en 1944. Vicisitudes públicas En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, una "prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos", pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida como conferenciante. La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955. En esta diversa tesitura política, el recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional e ingresará asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se suceden: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sèo Paulo... Jorge Luis Borges Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo, una mujer mucho más joven que él, de origen japonés y a la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre. Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña. Dos años después, ya fuera como consecuencia de su resentimiento o por culpa de una honesta alucinación, Borges, cuya autorizada voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el derrocamiento del partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy probablemente se arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Videla comenzó a cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los "desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía de Ernesto Sábato y otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador para interesarse por el paradero de sus colegas "desaparecidos". De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud inicial le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que un académico sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas. Ahora bien, pese a que los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos durante la última década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más numerosas, denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado premio literario. Para todos estaba claro que nadie con más justicia que Borges lo merecía y que era la Academia Sueca quien se desacreditaba con su postura. La concesión del Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este agravio. En cualquier caso, durante sus últimos días Borges recorrió el mundo siendo aclamado por fin como lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito como un "maestro". La obra de Jorge Luis Borges Borges es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no sólo la crítica especializada sino además las diversas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir. Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra-, además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que ninguno de ellos desentonara. El primer libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó una visión personal de su ciudad, de evidente cuño vanguardista. En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y, tres años más tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su mirada sobre las "orillas" urbanas, esos bordes geográficos de Buenos Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos. Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas. En 1930 publicó Evaristo Carriego, un título esencial en la producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que traza una biografía del poeta popular que da título al libro, se detiene en la invención y narración de diferentes mitologías porteñas, como en la poética descripción del barrio de Palermo. Evaristo Carriego no responde a la estructura tradicional de las presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura del poeta elegido para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como se manifiesta en capítulos tales como "Las inscripciones de los carros" o "Historia del tango". Hacia 1932 da a conocer Discusión, libro que reúne una serie de ensayos en los que se pone de manifiesto no sólo la agudeza crítica de Borges sino además su capacidad en el arte de conmover los conceptos tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las páginas dedicadas al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra capítulos que han servido como venero de asuntos de reflexión para los escritores argentinos, tales como "El escritor argentino y la tradición", "El arte narrativo y la magia" o "La supersticiosa ética del lector". En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos que el propio autor califica como ejercicios de prosa narrativa y en los que es evidente la influencia de Robert Louis Stevenson y Gilbert Chesterton. Este volumen incluye uno

lunes, 26 de agosto de 2013

LEE EL CUENTO Y RESPONDE:

1. Según Borges el campo y la serenidad son:
a) Los grandes médicos, b) El aleph, c) Los puntos del universo, d) Beatriz Viterbo

2. "Tu incapacidad no invalida mi testimonio" es una frase expresada por:
a) Beatriz, b) Zunino y zungri, c) Delia san Marcos, d) Borges

3. el Aleph es:
a) Un lugar recóndito del sótano, b) Un punto que no tiene fin, c) Un ángulo donde se ven todos los puntos
d) Un lugar donde están sin confundirse todos los lugares del orbe.

4. El escritor del Aleph, hace comparaciones entre los autores: a) Sor Juana Inés de la Cruz y Yani rodari, b) Michael Drayto y Carlos Daneri, c) Brigto y Carlos Daneri, d) Carlos daneri y Pablo Neruda.

5. Según el primer párrafo la expresión "Mi vana devoción la había exasperado" hace alusión a: a) Delia san Marco  b) Carlos Argentino, c) Beatriz Viterbo, d)Gabriela Mistral

6. La expresión báculo, según el contexto del texto hace referencia a:
a) Bordón para sostenerse b) Trabajo y soledad en que se refugia Carlos Argentino c) Laimaginación  d) Al poema la tierra.

7. Busco el significado de:
Cacofonía ______________________________________________________________________
Facecia _______________________________________________________________________
Envites _________________________________________________________________________
Pendantismo ____________________________________________________________________
Dicción _________________________________________________________________________
Neologismo______________________________________________________________________
Epíteto__________________________________________________________________________
Pedantismo______________________________________________________________________

lunes, 19 de agosto de 2013

EL ALEPH DE JORGE LUIS BORGES

Autor: Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento humano, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye cualquier tipo de dogmatismo.
El Aleph La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón… No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos. Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri. Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron* es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. “Es el Príncipe de los poetas de Francia”, repetía con fatuidad. “En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas.” El treinta de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una vindicación del hombre moderno. -Lo evoco -dijo con una animación algo inexplicable- en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines… Observó que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil; nuestro siglo XX había transformado la fábula de Mahoma y de la montaña; las montañas, ahora, convergían sobre el moderno Mahoma. Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las escribía. Previsiblemente respondió que ya lo había hecho: esos conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto Prologal o simplemente Canto-Prólogo de un poema en el que trabajaba hacía muchos años, sin réclame, sin bullanga ensordecedora, siempre apoyado en esos dos báculos que se llaman el trabajo y la soledad. Primero, abría las compuertas a la imaginación; luego, hacía uso de la lima. El poema se titulaba La Tierra; tratábase de una descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe**. Le rogué que me leyera un pasaje, aunque fuera breve. Abrió un cajón del escritorio, sacó un alto legajo de hojas de block estampadas con el membrete de la Biblioteca Juan Crisóstomo Lafinur y leyó con sonora satisfacción: He visto, como el griego, las urbes de los hombres, los trabajos, los días de varia luz, el hambre; no corrijo los hechos, no falseo los nombres, pero el voyage que narro, es… autour de ma chambre. -Estrofa a todas luces interesante -dictaminó-. El primer verso granjea el aplauso del catedrático, del académico, del helenista, cuando no de los eruditos a la violeta, sector considerable de la opinión; el segundo pasa de Homero a Hesíodo (todo un implícito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poesía didáctica), no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo está en la Escritura, la enumeración, congerie o conglobación; el tercero -¿barroquismo, decadentismo; culto depurado y fanático de la forma?- consta de dos hemistiquios gemelos; el cuarto, francamente bilingüe, me asegura el apoyo incondicional de todo espíritu sensible a los desenfadados envites de la facecia. Nada diré de la rima rara ni de la ilustración que me permite, ¡sin pedantismo!, acumular en cuatro versos tres alusiones eruditas que abarcan treinta siglos de apretada literatura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y días, la tercera a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del saboyano… Comprendo una vez más que el arte moderno exige el bálsamo de la risa, el scherzo. ¡Decididamente, tiene la palabra Goldoni! Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su comentario profuso. Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otros. La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces, trasmitir esa extravagancia al poema1. Una sola vez en mi vida he tenido ocasión de examinar los quince mil dodecasílabos del Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael Drayton registró la fauna, la flora, la hidrografía, la orografía, la historia militar y monástica de Inglaterra; estoy seguro de que ese producto considerable, pero limitado, es menos tedioso que la vasta empresa congénere de Carlos Argentino. Éste se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos largos e informes alejandrinos carecían de la relativa agitación del prefacio. Copio una estrofa: Sepan. A manderecha del poste rutinario (viniendo, claro está, desde el Nornoroeste) se aburre una osamenta -¿Color? Blanquiceleste- que da al corral de ovejas catadura de osario. -Dos audacias -gritó con exultación-, rescatadas, te oigo mascullar, por el éxito. Lo admito, lo admito. Una, el epíteto rutinario, que certeramente denuncia, en passant, el inevitable tedio inherente a las faenas pastoriles y agrícolas, tedio que ni las geórgicas ni nuestro ya laureado Don Segundo se atrevieron jamás a denunciar así, al rojo vivo. Otra, el enérgico prosaísmo se aburre una osamenta, que el melindroso querrá excomulgar con horror pero que apreciará más que su vida el crítico de gusto viril. Todo el verso, por lo demás, es de muy subidos quilates. El segundo hemistiquio entabla animadísima charla con el lector; se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y la satisface… al instante. ¿Y qué me dices de ese hallazgo, blanquiceleste? El pintoresco neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantísimo del paisaje australiano. Sin esa evocación resultarían demasiado sombrías las tintas del boceto y el lector se vería compelido a cerrar el volumen, herida en lo más íntimo el alma de incurable y negra melancolía. Hacia la medianoche me despedí. Dos domingos después, Daneri me llamó por teléfono, entiendo que por primera vez en la vida. Me propuso que nos reuniéramos a las cuatro, “para tomar juntos la leche, en el contiguo salón-bar que el progresismo de Zunino y de Zungri -los propietarios de mi casa, recordarás- inaugura en la esquina; confitería que te importará conocer”. Acepté, con más resignación que entusiasmo. Nos fue difícil encontrar mesa; el “salón-bar”, inexorablemente moderno, era apenas un poco menos atroz que mis previsiones; en las mesas vecinas, el excitado público mencionaba las sumas invertidas sin regatear por Zunino y por Zungri. Carlos Argentino fingió asombrarse de no sé qué primores de la instalación de la luz (que, sin duda, ya conocía) y me dijo con cierta severidad: -Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más encopetados de Flores. Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal… Denostó con amargura a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas, “que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y ácidos sulfúricos para la acuñación de tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro”. Acto continuo censuró la prologomanía, “de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote, el Príncipe de los Ingenios”. Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra convenía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por el plumífero de garra, de fuste. Agregó que pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprendí, entonces, la singular invitación telefónica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco fárrago. Mi temor resultó infundado: Carlos Argentino observó, con admiración rencorosa, que no creía errar en el epíteto al calificar de sólido el prestigio logrado en todos los círculos por Álvaro Melián Lafinur, hombre de letras, que, si yo me empeñaba, prologaría con embeleso el poema. Para evitar el más imperdonable de los fracasos, yo tenía que hacerme portavoz de dos méritos inconcusos: la perfección formal y el rigor científico, “porque ese dilatado jardín de tropos, de figuras, de galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la severa verdad”. Agregó que Beatriz siempre se había distraído con Álvaro. Asentí, profusamente asentí. Aclaré, para mayor verosimilitud, que no hablaría el lunes con Álvaro, sino el jueves: en la pequeña cena que suele coronar toda reunión del Club de Escritores. (No hay tales cenas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar los jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri podía comprobar en los diarios y que dotaba de cierta realidad a la frase.) Dije, entre adivinatorio y sagaz, que antes de abordar el tema del prólogo, describiría el curioso plan de la obra. Nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen, encaré con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: a) hablar con Álvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz (ese eufemismo explicativo me permitiría nombrarla) había elaborado un poema que parecía dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofonía y del caos; b) no hablar con Álvaro. Preví, lúcidamente, que mi desidia optaría por b. A partir del viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo de las inútiles y quizá coléricas quejas de ese engañado Carlos Argentino Daneri. Felizmente, nada ocurrió -salvo el rencor inevitable que me inspiró aquel hombre que me había impuesto una delicada gestión y luego me olvidaba. El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me habló. Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería, iban a demoler su casa. -¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! -repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía. No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar ese delicadísimo rasgo; mi interlocutor no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri persistían en ese propósito absurdo, el doctor Zunni, su abogado, los demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los obligaría a abonar cien mil nacionales. El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto. Daneri dijo que le hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos. -Está en el sótano del comedor -explicó, aligerada su dicción por la angustia-. Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph. -¿El Aleph? -repetí. -Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph. Traté de razonar. -Pero, ¿no es muy oscuro el sótano? -La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz. -Iré a verlo inmediatamente. Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbo, por lo demás… Beatriz (yo mismo suelo repetirlo) era una mujer, una niña de una clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación patológica. La locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente, siempre nos habíamos detestado. En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño estaba, como siempre, en el sótano, revelando fotografías. Junto al jarrón sin una flor, en el piano inútil, sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije: -Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges. Carlos entró poco después. Habló con sequedad; comprendí que no era capaz de otro pensamiento que de la perdición del Aleph. -Una copita del seudo coñac -ordenó- y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de baldosas y fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo! Ya en el comedor, agregó: -Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio… Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz. Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más ancho que la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos Argentino me habló. Unos cajones con botellas y unas bolsas de lona entorpecían un ángulo. Carlos tomó una bolsa, la dobló y la acomodó en un sitio preciso. -La almohada es humildosa -explicó-, pero si la levanto un solo centímetro, no verás ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones. Cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa; la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno. Las bravatas de Carlos transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco, tenía que matarme. Sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré. En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo. Sentí infinita veneración, infinita lástima. -Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman -dijo una voz aborrecida y jovial-. Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo esta revelación. ¡Qué observatorio formidable, che Borges! Los zapatos de Carlos Argentino ocupaban el escalón más alto. En la brusca penumbra, acerté a levantarme y a balbucear: -Formidable. Sí, formidable. La indiferencia de mi voz me extrañó. Ansioso, Carlos Argentino insistía: -¿Lo viste todo bien, en colores? En ese instante concebí mi venganza. Benévolo, manifiestamente apiadado, nervioso, evasivo, agradecí a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su sótano y lo insté a aprovechar la demolición de la casa para alejarse de la perniciosa metrópoli, que a nadie ¡créame, que a nadie! perdona. Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé, al despedirme, y le repetí que el campo y la serenidad son dos grandes médicos. En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido. Posdata del primero de marzo de 1943. A los seis meses de la demolición del inmueble de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dejó arredrar por la longitud del considerable poema y lanzó al mercado una selección de “trozos argentinos”. Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura2. El primero fue otorgado al doctor Aita; el tercero, al doctor Mario Bonfanti; increíblemente, mi obra Los naipes del tahúr no logró un solo voto. ¡Una vez más, triunfaron la incomprensión y la envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo ver a Daneri; los diarios dicen que pronto nos dará otro volumen. Su afortunada pluma (no entorpecida ya por el Aleph) se ha consagrado a versificar los epítomes del doctor Acevedo Díaz. Dos observaciones quiero agregar: una, sobre la naturaleza del Aleph; otra, sobre su nombre. Éste, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al disco de mi historia no parece casual. Para la Cábala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; también se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes. Yo querría saber: ¿Eligió Carlos Argentino ese nombre, o lo leyó, aplicado a otro punto donde convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le reveló? Por increíble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph. Doy mis razones. Hacia 1867 el capitán Burton ejerció en el Brasil el cargo de cónsul británico; en julio de 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en una biblioteca de Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zú al-Karnayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton menciona otros artificios congéneres -la séptuple copa de Kai Josrú, el espejo que Tárik Benzeyad encontró en una torre (1001 Noches, 272), el espejo que Luciano de Samosata pudo examinar en la luna (Historia verdadera, I, 26), la lanza especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el espejo universal de Merlin, “redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio” (The Faerie Queene, III, 2, 19)-, y añade estas curiosas palabras: “Pero los anteriores (además del defecto de no existir) son meros instrumentos de óptica. Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo está en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central… Nadie, claro está, puede verlo, pero quienes acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor… La mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros templos de religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldún: En las repúblicas fundadas por nómadas es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería”. ¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.

miércoles, 20 de febrero de 2013

PARA ESTUDIANTES DEL GRADO DÉCIMO

CONSTRUIR UN MAPA CONCEPTUAL CON EL SIGUIENTE TEXTO

ALFONSO  Y SU LEGADO

Como hemos dicho, la Lengua Castellana alcanza la madurez gracias a Alfonso X: se modifican su ortograf;ia, su sintaxis y se amplía s vocavulario. Pero el Rey no es un autor de textos propiamente dicho; su trabajo consiste en aprobar proyectos, supervisar traducciones y revisar los textos finales. Un equipo de especialistas y sabios de origen cristiano, musulmán y judío trabaja en estos proyectos bajo la mirada atenta de Alfonso, en la llamada la escuela de traductores de Toledo, instituciónque desaparecía al morir el monarca.
dentro de la vasta producción enciclopédica alfonsí se destacan obras históricas, científicas y jurídicas, algunas de las cuales estudiaremos enseguida.
OBRAS HISTÓRICAS
. La estoria de Espanna, cuyo proyecto data del año 1270, se nutrió de fuentes bíblicas, romanas, medievales, árabes y de la tradíción oral. es un texto inacabado, queparte de Moisés y termina con la invasión árabe a España. Los investigadores han descubierto que la obra tuvo diversas revisiones y redacciones: una :versión primitiva"de 1272; una "versión vulgar"también de 1272; una "versión crítica", comentada en 1283 por elpropio Alfonso; y una "versión enmendada" de 1274.
En general, la obra se divide en cuatro partes. La primera se refiere a la historia antigua y romana, la segunda a la historia bárbara y gótica, la tercera a la hisatoria astur- leonesa y la cuarta a la histoia castellano-leonesa.
Lee el siguiente fragmento de texto de Alfonso, en el que propone la división histórica de su estoria.

Et esto fiziemos por que fuesse sabudo el comienco de los espanoles, et de cuáles yentes fuera Espana maltrecha. Et que sopiessen las batallas de Hécules de Grecia fiso contra los españoles, et las mortandades que los romanos fizieron en ellos, et los destruimientos que les fisieron otrossi los úbandalos et los silingos et los alanos et los suevos, que los aduxieron a seer pocos; et por mostrar la nobleza de los godos, et como fueron viniendo de tierra en tierra, venciendo muchas batallas et conquiriendo muchus tierras fasta que llegaron a espana, Et cuando, et echaron ende a todas las otras yentes, et fueron ellos señores d, ella; et, como por el desacuerdo que ovieron los godos co so senor el rey Rodrigo et por la traición que urdió el conde.

.La General Estoria (1273), es una obra vastísima, igualmente incompleta, que pretende reconstruir la historia universal. La obra se divide en seis partes, de las cuales cinco están acabadas, arrancando desde los primeros libros de la Biblia hasta la historia de Roma. De la sexta se conserva un fragmento corto, que presenta muchas incorrecciones

 


lunes, 12 de marzo de 2012

EJERCICIOS PARA TODOS

APRENDAMOS A EXPRESARNOS BIEN REALIZANDO MUCHOS EJERCICIOS QUE NOS LLEVARAN A UNA BUENA SINTAXIS

Se usa mucho,-a,-os,-as/muy cuando hablamos de información nueva, y tanto, -a,-os,-as/tan cuando nos referimos a algo que ya ha sido mencionado anteriormente:  Completa las siguientes frases:
Tiene ______ amigos, con _____ amigos no estará nunca solo.

Era una casa _____grande, era _____ grande que vivíamos 10 personas en ella.
Teniendo en cuenta la explicación anterior, complete las siguientes frases con mucho,-a,-os,-as/muy o tanto, -a,-os,-as/tan:

1.Ayer encontré al jefe ____enfadado. No sé por qué estaría____enfadado, la verdad.

2.Tiene _______ libros, son _____que los tiene apilados hasta por los pasillos.

3.No es que sea____ antipático, es que tiene un carácter ______serio.

4.Tengo ______cosasque contarte, para _____cosas necesitaré que me dediques por lo menos una mañana entera.